jueves, 13 de noviembre de 2014

Ser viejo en el siglo XXI tercera parte



Durante mucho tiempo, décadas diría, se alimentó la idea de que la vejez era una etapa transitoria y breve, y había razones para creerlo: un jubilado tenía una expectativa de vida no mayor a 5 años y la longevidad en general estaba reservada para unas cifras porcentuales muy bajas.
Por otro lado hemos escuchado decir a muchas personas que “antes la gente duraba más”, que la gente de antes tenía “mejor madera”, incluso argumentan razones como que antes había menos contaminación, que antes se comía mejor, que antes se vivía con menos “stress”, y estos argumentos son verdaderos, pero la fría realidad de los números y las estadísticas muestran otra cosa: el promedio de esperanza de vida hace 30 años era de 12 años menos, hoy, además de que los 75 años de promedio de esperanza de vida son inéditos, y se vislumbra que pueda seguir aumentando hasta llegar a los 80 años en las próximas décadas, también el número de personas que alcanzan esas edades es extraordinario, de tal suerte que hoy se ven personas viejas que han sobrevivido 20, 25 o 30 años después de la jubilación.
 Esta nueva realidad está golpeando de frente a los sistemas de seguridad y de pensiones contributivas, parece insostenible mantener la balanza del número de jubilados y los años a futuro que tendrán en el usufructo de su derecho a una jubilación, contra un número cada vez más decreciente de jóvenes que se integrarán a la masa productiva formal, actual y futura. Peor si sumamos las políticas públicas de corte neoliberal que van en contra de estos derechos.
Al margen de este embrollo económico, el hecho de que las personas en promedios generales vivan más años, está cambiando el panorama de la vejez en varios sentidos y algunos de ellos nos llevan al ineludible cambio de paradigmas. Ya existen nuevas formas de interpretar a la vejez, nuevas imágenes, nuevas percepciones y actitudes, nuevos abordajes, en suma: nuevas representaciones sociales de la vejez. Algunas llegan a tumbos y empellones, otras se configuran soslayadamente y en sigilo, otras más aparecen con redobles de tambores y luz de reflectores.
No hay duda de que nuestro país y sus gobiernos se han visto obligados, por la presión de organismos internacionales y los acuerdos a que se ha comprometido, a impulsar acciones en favor de las personas adultas mayores, los mayores esfuerzos se han dirigido hacia el sector de la salud, desde donde se ha pretendido dar forma a la política del envejecimiento activo, mucho de este trabajo lo impulsan en clínicas y centros de salud (también lo hace el INAPAM) para motivar a las personas a cuidar su cuerpo a través del ejercicio físico. Al margen de que el concepto de envejecimiento activo es mucho más amplio y complejo que el solo hecho de hacer alguna actividad física, este impulso institucional a derivado en que en las últimas dos décadas veamos más y más personas viejas, vestidas con ropa deportiva; hoy, seguramente, podemos ver a personas mayores vestir unos pants o shorts y no causarnos la menor atención, mucho menos para los niños y adolescentes que han visto de siempre esta imagen. Pero, no hace mucho, esto no era así.
“Cuando a principios de los años 90’s, acudía a trabajar con las personas del Club de la 3ª. Edad de un pueblo rural en la Delegación de Xochimilco al sur del Distrito Federal, coincidía con los promotores deportivos del INSEN, mis compañeros,  y observaba las rutinas de ejercicio que empezaban a enseñar a aquellas personas, en su mayoría mujeres. Llegaban temprano a reunirse en el centro de salud, la mayoría (salvo una o dos excepciones) con largas trenzas, rebozo, amplias enaguas y vistosos delantales de telas cuadriculadas y su infaltable bolsa multicolor para ir al mercado después de ir al ‘ejercicio’; en esta bolsa se guardaba un secreto valioso e imprescindible para asistir a esas sesiones de envejecimiento activo: los pantalones deportivos de telas afelpadas. Unos minutos antes de iniciar la sesión, con mucha discreción, cada una se enfundaba sus pants  bajo sus amplias faldas y salían al patio con su profesor, muchas de ellas eran analfabetas y ese era su primer contacto con una figura docente, allá quedaban en algunas sillas los rebozos y las bolsas del mandado. Muchos vecinos que caminaban por la calle se detenían por varios minutos a observar con curiosidad y extrañeza a esas abuelas, con pants bajo las faldas, hacer ejercicio y corretear una pelota. Al terminar, los pants volvían a la bolsa y ellas a sus actividades cotidianas” (*testimonio)
Estas mujeres aún enfrentando la vergüenza en el vecindario, estaban rompiendo con atavismos ancestrales. 
La  tasa de sedentarismo es muy alta, la abrumadora mayoría en la población mexicana es sedentaria, sin embargo ya se ha instalado en la sociedad, la imagen del viejo deportista, puede aún verse como un cliché, pero también como una posibilidad real y concreta para acceder a una vejez saludable,  ya no es la imagen de un viejo loco corriendo como jovencito, ha dejado de ser una imagen chocante y estrafalaria, ahora incluso causan admiración y ejemplo. Es más, los viejos corredores que compiten de forma organizada han impulsado a las organizaciones deportivas a abrir formalmente nuevas categorías.  

Otra imagen positiva de la vejez que está ganando terreno es la de los viejos que regresan a las aulas, personas que ven en el proceso de aprendizaje una forma de envejecer y de vivir la vejez con nuevas oportunidades y posibilidades. También,  no hace muchos años, ver a personas viejas inscribirse en cursos de educación formal o no formal era una excepción. Sugerir a un viejo tomar clases, sin importar el tema, podía recibir respuestas como que “la escuela es para los niños” o “esas son cosas de párvulos”, además de expresarlo como una pérdida de tiempo. Esto también está cambiando, hoy uno de los modelos de intervención con personas adultas mayores con mayor éxito y aceptación son los espacios de formación, educación y capacitación en áreas técnicas, académicas y sanitarias, con diferentes denominaciones (universidades de la tercera edad, centros culturales, extensión universitaria para mayores, centros de promoción gerontológica) y con objetivos muy similares, brindan espacios y oportunidades de desarrollo humano para  las personas envejecidas. Así, cada vez más, se arraiga esta imagen de una vejez con anhelos de superación académica. Sin embargo su impulso como política es mucho más lento y aislado que el impuesto con el de los Viejos Deportistas.