Durante
mucho tiempo, décadas diría, se alimentó la idea de que la vejez era una etapa
transitoria y breve, y había razones para creerlo: un jubilado tenía una
expectativa de vida no mayor a 5 años y la longevidad en general estaba
reservada para unas cifras porcentuales muy bajas.
Por otro lado hemos
escuchado decir a muchas personas que “antes la gente duraba más”, que la gente
de antes tenía “mejor madera”, incluso argumentan razones como que antes había
menos contaminación, que antes se comía mejor, que antes se vivía con menos
“stress”, y estos argumentos son verdaderos, pero la fría realidad de los
números y las estadísticas muestran otra cosa: el promedio de esperanza de vida
hace 30 años era de 12 años menos, hoy, además de que los 75 años de promedio
de esperanza de vida son inéditos, y se vislumbra que pueda seguir aumentando
hasta llegar a los 80 años en las próximas décadas, también el número de
personas que alcanzan esas edades es extraordinario, de tal suerte que hoy se
ven personas viejas que han sobrevivido 20, 25 o 30 años después de la
jubilación.
Esta nueva realidad está golpeando de frente a
los sistemas de seguridad y de pensiones contributivas, parece insostenible
mantener la balanza del número de jubilados y los años a futuro que tendrán en
el usufructo de su derecho a una jubilación, contra un número cada vez más
decreciente de jóvenes que se integrarán a la masa productiva formal, actual y
futura. Peor si sumamos las políticas públicas de corte neoliberal que van en
contra de estos derechos.
Al margen de este
embrollo económico, el hecho de que las personas en promedios generales vivan
más años, está cambiando el panorama de la vejez en varios sentidos y algunos
de ellos nos llevan al ineludible cambio de paradigmas. Ya existen nuevas
formas de interpretar a la vejez, nuevas imágenes, nuevas percepciones y
actitudes, nuevos abordajes, en suma: nuevas representaciones sociales de la
vejez. Algunas llegan a tumbos y empellones, otras se configuran soslayadamente
y en sigilo, otras más aparecen con redobles de tambores y luz de reflectores.
No hay duda de que
nuestro país y sus gobiernos se han visto obligados, por la presión de
organismos internacionales y los acuerdos a que se ha comprometido, a impulsar
acciones en favor de las personas adultas mayores, los mayores esfuerzos se han
dirigido hacia el sector de la salud, desde donde se ha pretendido dar forma a
la política del envejecimiento activo, mucho de este trabajo lo impulsan en
clínicas y centros de salud (también lo hace el INAPAM) para motivar a las
personas a cuidar su cuerpo a través del ejercicio físico. Al margen de que el
concepto de envejecimiento activo es mucho más amplio y complejo que el solo
hecho de hacer alguna actividad física, este impulso institucional a derivado
en que en las últimas dos décadas veamos más y más personas viejas, vestidas
con ropa deportiva; hoy, seguramente, podemos ver a personas mayores vestir
unos pants o shorts y no causarnos la menor atención, mucho menos para los
niños y adolescentes que han visto de siempre esta imagen. Pero, no hace mucho,
esto no era así.
“Cuando a principios de
los años 90’s, acudía a trabajar con las personas del Club de la 3ª. Edad de un pueblo rural en la Delegación de Xochimilco
al sur del Distrito Federal, coincidía con los promotores deportivos del INSEN,
mis compañeros, y observaba las rutinas
de ejercicio que empezaban a enseñar a aquellas personas, en su mayoría
mujeres. Llegaban temprano a reunirse en el centro de salud, la mayoría (salvo
una o dos excepciones) con largas trenzas, rebozo, amplias enaguas y vistosos
delantales de telas cuadriculadas y su infaltable bolsa multicolor para ir al
mercado después de ir al ‘ejercicio’; en esta bolsa se guardaba un secreto
valioso e imprescindible para asistir a esas sesiones de envejecimiento activo: los pantalones deportivos de telas
afelpadas. Unos minutos antes de iniciar la sesión, con mucha discreción, cada
una se enfundaba sus pants bajo sus
amplias faldas y salían al patio con su profesor, muchas de ellas eran
analfabetas y ese era su primer contacto con una figura docente, allá quedaban
en algunas sillas los rebozos y las bolsas del mandado. Muchos vecinos que
caminaban por la calle se detenían por varios minutos a observar con curiosidad
y extrañeza a esas abuelas, con pants bajo las faldas, hacer ejercicio y
corretear una pelota. Al terminar, los pants volvían a la bolsa y ellas a sus
actividades cotidianas” (*testimonio).
Estas mujeres aún enfrentando la vergüenza en el vecindario, estaban rompiendo con atavismos ancestrales.
Estas mujeres aún enfrentando la vergüenza en el vecindario, estaban rompiendo con atavismos ancestrales.
La tasa de sedentarismo es muy alta, la abrumadora
mayoría en la población mexicana es sedentaria, sin embargo ya se ha instalado
en la sociedad, la imagen del viejo deportista, puede aún verse como un cliché,
pero también como una posibilidad real y concreta para acceder a una vejez
saludable, ya no es la imagen de un viejo loco corriendo como jovencito, ha
dejado de ser una imagen chocante y estrafalaria, ahora incluso causan
admiración y ejemplo. Es más, los viejos corredores que compiten de forma
organizada han impulsado a las organizaciones deportivas a abrir formalmente
nuevas categorías.
Otra imagen positiva de
la vejez que está ganando terreno es la de los viejos que regresan a las aulas,
personas que ven en el proceso de aprendizaje una forma de envejecer y de vivir
la vejez con nuevas oportunidades y posibilidades. También, no hace muchos años, ver a personas viejas
inscribirse en cursos de educación formal o no formal era una excepción.
Sugerir a un viejo tomar clases, sin importar el tema, podía recibir respuestas
como que “la escuela es para los niños”
o “esas son cosas de párvulos”,
además de expresarlo como una pérdida de
tiempo. Esto también está cambiando, hoy uno de los modelos de intervención
con personas adultas mayores con mayor éxito y aceptación son los espacios de
formación, educación y capacitación en áreas técnicas, académicas y sanitarias,
con diferentes denominaciones (universidades de la tercera edad, centros
culturales, extensión universitaria para mayores, centros de promoción
gerontológica) y con objetivos muy similares, brindan espacios y oportunidades
de desarrollo humano para las personas
envejecidas. Así, cada vez más, se arraiga esta imagen de una vejez con anhelos
de superación académica. Sin embargo su impulso como política es mucho más
lento y aislado que el impuesto con el de los Viejos Deportistas.